Esta oscuro, no hay ni un alma y no, no estoy en una cueva. ¡Estoy en la oficina de mi trabajo!
Todo el mundo está de vacaciones o, al manos la mayoría de la gente y lejos de parecer un lugar de trabajo esto parece un campo de batalla tras un feroz enfrentamiento.
De camino al baño (mi principal distracción) me cruzo con muy pocos compañeros -por no decir ninguno- y, si se me ocurre salir a echar un pitillo veo a dos o tres muertos-en-vida que mascullan un «Buenos Días» practicamente incomprensible. En ese momento soy consciente del bajón que es que sea agosto y tu estés como fantasma errante por los pasillos de la oficina, entre ordenadores desconectados y teléfonos que no suenan, como si de fusilaje se tratase.
En fin, arrastrando los pies vuelvo a mi sitio de calvario y escribo estas palabras. Aprovechando la visita del Papa debería proponerle que a los cuatro que quedamos aquí nos hiciese Santos o como poco que el Ayuntamiento nos de la medalla al Honor…. ¡me conformaría!